Hacer las paces con la muerte

Aklyoner
5 min readMar 17, 2021

Cada ola era una mordida y yo era la comida. Tenía apenas un pequeñísimo tiempo para salir a tomar aire, incorporarme y tratar de nadar con todas mis fuerza antes de ser masticado de nuevo. Pero era en vano, cada vez veía más lejos la orilla y me quedaban menos esperanzas de seguir vivo.

No podía pensar claramente, jamás había tenido tanto miedo y estaba desesperado, lo que sólo funcionaba en mi contra pues agotaba el poquísimo aire que lograba respirar mucho más rápido de lo normal.

Estaba a punto de dar mi último respiro, iba a hacerle un gran ghosting a todas las personas a las que me habían querido.

¿Esto fue todo? ¿Moriré aquí? — recuerdo haber pensado

No sé que me aterraba más, morir joven, no haber hecho cosas grandes en mi vida o no poderle haber dicho adiós a nadie.

Aquella fue la primera vez que estuve tan cerca de la muerte, en ese entonces me encontraba en un viaje de vacaciones con un amigo y su familia. Afortunadamente unas personas que presenciaron la situación se alcanzaron a dar cuenta y salieron en bote a mi rescate (o no habría escrito justo esto que estás leyendo).

Yo con mis apenas 15 años de vida no tenía ningún tipo de relación con la muerte, me la imaginaba lejos, muy lejos de mí, ni siquiera creía necesario el pensarla. Pero a partir de esa experiencia empecé a tener algunas pláticas internas en las que estaba invitada.

Por ejemplo, me hice consciente que no quería morir por ningún motivo ahogado o quemado, me desagradaba de gran modo pensar en esos últimos instantes que aún tenías para repasar algunas imágenes de lo que fue tu vida mientras sufres.

Empecé a suponer que morir con tiempo y morir de repente debía ser muy diferente. Tener tiempo significaba poder despedirte, poder prepararte mentalmente, poder quitarte algo de peso emocional y poder aceptar de mejor forma tu situación.

No tener tiempo significaba no poder rendirle tributo a tu vida siquiera con unos últimos pensamientos.

Pero el miedo se me pasó rápido y con él se fueron también aquellos escenarios imaginarios en los que terminaba muerto. Un evento como ese no se repetiría y yo aún estaba muy joven como para tomarme en serio a la muerte.

Pero esos encuentros mentales con la muerte se volvieron más comunes hace dos años. Mi cuerpo dejó de reaccionar tan eficazmente como cuando tenía veintitantitos, muchos de mis órganos empezaron a gritar por una vida más saludable y me orillaron a cambiar algunos hábitos que no me hacían bien.

Mi salud, mis citas con el terapeuta y haberme iniciado en la meditación me hicieron volver a abrir diálogo con la muerte.Uno más grande, uno más consciente.

A ver, ya en serio, ¿qué pasaría si mañana me muero? — me empecé a preguntar

Lo primero que me di cuenta es que tenía muchas cosas inconclusas. La que más me importaba era la relación con los que amo. Quería asegurarme de decirles cuánto los quiero, recordarles lo que han aportado a mis días, darles las gracias y decirles todas las cosas de las que me maravillo acerca de ell@s.

Le hice una carta a mi padre contándole de todos los sentimientos atorados que tenía. Puse de mi parte para mejorar la relación con mi familia y en general con todos mis cercanos, y sí, me aseguré de decirles lo extraordinarios que son.

No saben los kilos que me quité de encima. Pero aún tenía cosas que me asfixiaban a la hora de imaginar que puedo morir.

¿Qué estaba haciendo por cumplir mis sueños?

Desde niño he tenido esta ilusión de hacer algo realmente GRANDE. Algo parecido a los inventos de DaVinci o a las pinturas de Dalí, así de GRANDE.

Una pregunta me llevó a otra pregunta.

¿Qué es eso grande que quieres hacer?

¿Ya estás haciendo algo TODOS los días para crearlo?

Me puse a dibujar diario y les juro y les repito, parece magia, pero una vez que empiezas algo, una cosa también lleva a otra.

Creé una cuenta en Instagram y empecé a postear seguido, lo sé, los posts no son EL GRAN INVENTO, o UNA PINTURA QUE MARQUE UNA NUEVA CORRIENTE DE ARTE, pero cada publicación es un pedazo ilustrado de cómo me siento.

Poco a poquito he logrado darle un significado más amplio a mis publicaciones, por ejemplo, CONECTAR con los SENTIMIENTOS de alguien más y hacerle su día. Eso sí se me HACER LA GRAN COSA.

Ok, ya trato todos los días de decirle a las personas que estimo cuanto los aprecio, palomita, también ya trato de hacer algo por mis sueños todos los días, otra palomita, ¿ya me puedo tomar un cafecito en paz con la muerte?, en otras palabras, ¿puedo contemplar la idea de que quizás muera hoy o mañana sin que me congele del miedo?

El budismo y la meditación me han ayudado bastante a digerir el tema. Cuando uno el budismo y la muerte de inmediato me viene a la mente la imagen tan famosa del monje budista Thich Quang Duc y su aspecto sereno mientras se inmola prendiéndose fuego.

Aquella fotografía siempre me recuerda lo poderosa que puede ser la mente incluso para guardar calma aún cuando sabes que estás muriendo.

Los budistas contemplan la muerte como un proceso natural de la vida, nacer es como despertar todos los días en la mañana y morir es cómo irte a dormir.

Cuando pienso ¿qué se sentirá morir? (si es que se siente de alguna manera), me imagino uno de los momentos más pacíficos que he tenido mientras medito, en donde me he olvidado que tengo un cuerpo y estoy respirando, en donde estoy abrazado por una tranquilidad absoluta.

Mediante pláticas budistas y meditaciones he aprendido a familiarizarme con la muerte, a tratarla y a verla de un modo menos terrorífico. Entablar una relación con ella me ha permitido identificar las cosas que quiero hacer aún en vida y luchar por ellas.

Hoy ya puedo sentarme a platicar un tiempecito con la muerte, pero eso sí, con sana distancia.

Espero seguir trabajando nuestra relación para cuando llegue el momento, independientemente si tenga tiempo o no, poder esbozar una sonrisa porque sé que he tratado de vivir mi vida de la mejor manera posible.

¡Gracias por leerme!

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